Aesthetics del Reviente: Heroin Chic, Ketamine Chic, Indie Sleaze… ¿Ser (o Parecer) Unx Reventado es Cool de Nuevo?

En el último año, ha cobrado fuerza la aesthetic “Ketamine Chic”, pero ¿por qué aparecen hoy tantas tendencias fashion con guiños a la droga y el consumo? ElPlanteo.com te cuenta todo.
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Nota por Lola Sasturain publicada originalmente en El Planteo. Más artículos por El Planteo en High Times en Español.

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Pijamas en plena calle, minions, crocs, uggs, cámaras reflex, zapatillas Converse, ojeras y vicio. ¿Qué tienen que ver todas estas cuestiones que ya creíamos superadas?

Post-Kardashian

En plena discusión acerca de si la moda de las curvas, los culos gigantes y los labios tipo bratz son efectivamente más “inclusivos” o simplemente una mutación de los estándares de belleza que siguen siendo opresivos y difíciles de alcanzar, y si la estética opulenta y new rich (sí, todo culpa de las Kardashian) está siendo reemplazada por la igualmente polémica old money, la moda parece haberse enflaquecido, ensuciado y abaratado.

Hay una creciente preocupación mediática y entre les comunicadores independientes de plataformas como YouTube y TikTok sobre la vuelta de la extrema delgadez. Siempre el cuerpo de las tendencias parece estar encarnado por Kim Kardashian. Ahora, quitándose los implantes mamarios y bajando muchísimos kilos (para entrar en el vestido de Marilyn, pero es real que nunca volvió a la silueta híper curvilínea).

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Se le decía “heroin chic” a la tendencia noventera de glorificar cuerpos huesudos y rostros ojerosos, pálidos, de aura casi enfermiza, con Kate Moss como símbolo quintaesencial. Este perfil físico venía de la mano de la estética grunge: jeans, camisas de felpa, camisetas de bandas, ropa holgada, de segunda mano, que podría estar rota o roída, de impronta masculina y utilitaria.

Todo pareciera indicar que tanto los cuerpos considerados bellos así como la indumentaria están virando de un paradigma de la abundancia, con sus cuerpos carnosos, oro, lujo y ostentación, a un paradigma de la frugalidad, con sus cuerpos delgados, sus prendas recuperadas y recicladas y mucho espíritu “es lo que hay” en la yuxtaposición de elementos que poco tienen que ver entre sí.

Y en tendencias beauty, se puede ver: aquel ideal de perfección plástica que parecía querer alcanzarse con técnicas como el contouring, las uñas esculpidas y los labios rellenados, lentamente van dando lugar a cabelleras rebeldes y maquillajes que tienden a lo natural.

Aesthetics de la droga

Hay varias etiquetas hiper específicas para tendencias fashion que podrían englobarse bajo el paraguas de “la vuelta del reviente”: “indie sleaze”, recuperando la estética rockera/ hipster/bolichera de mediados de los 2000 y principios de los ‘10; “heroin chic”, heredada de los ‘90; “ketamine chic”, tal vez la más contemporánea, un cóctel que mezcla lo absurdo, lo postapocalíptico, lo colorido, lo infantil y lo berreta en looks donde prima el “más es más”. 

Ya desde mediados de la década pasada, imágenes de ceniceros, polvos y principalmente psicofármacos inundaban la red social Tumblr. La glorificación de estas sustancias como algo cool y que corresponde a un universo estético particular ya viene hace rato; la estética del trap, los tatuajes en la cara y la ropa deportiva mezclada con piezas de lujo solían ser algunos de los elementos del código visual de aquellos que consideraban al consumo de benzodiacepinas (siendo la más cool el xanax) como una parte más de su aesthetic. 

Sin embargo, los trapers no eran los únicos que consumían estas drogas y hacían un despliegue de esto como si fuera algo cool:  las sad girls, también del nicho de Tumblr, con un look más indie y obsesionadas con Lana del Rey, se montaban a esta corriente.

Lo que llaman “indie sleaze” es la vuelta de una estética muy familiar para cualquier persona que haya sido adolescente o joven adulto entre el segundo lustro de la década del 00 y el primero de la del 10, solo que englobado bajo un nombre y visto a través de un cristal de autoconciencia: las gafas de pasta, las camperas de cuero, los Doc Martens, el maquillaje “tipo mapache”, las melenas despeinadas y todo aquel código visual que remita a las bandas indie y las fiestas de esa época, los looks de Alison Mosshart y Sky Ferreyra, las fotos con flash estilo lomography y la dualidad entre los álbumes de fotos de Facebook y la expresión abstracta de Tumblr.

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Los cuerpos deificados por esta estética tienen mucho más que ver con el “heroin chic” de los ‘90 que, con las curvas y la voluptuosidad, dominó gran parte del último lustro.

Lo llamativo del “indie sleaze” es que no solamente recupera como retro algo bastante próximo en el tiempo sino que elige acentuar una característica que, en su momento, no se consideraba para nada primordial: lo sleaze, que significa algo así como corrupto, poco confiable, sucio. 

Hace énfasis en su suciedad, su “desgano”, y por supuesto, su fijación con la fiesta y la noche. Esa era una época de auge de grandes íconos “reventados”: Alice Glass, whisky en mano peleándose con el público o el carisma de bandas como The Libertines, donde su relación con los consumos era una de las razones principales de su mística.

Esta estética, que en su momento no tenía una intención de statement detrás, hoy puede verse como una contraofensiva a la cultura del wellness y a las tendencias aspiracionales y opresivas de máxima productividad, salud y buen comportamiento como son “that girl”. 

O tal vez como un simple reflejo del contexto no future que se respira en los últimos años, los años de adolescencia y joven adultez de la gen z. 

Un poco de grasa en la cara, las ojeras, el cigarrillo y el vaso de birra que en aquel entonces no eran ni comentario ni ironía hoy pueden verse como un reflejo del planeta con fecha de vencimiento que habitamos y la crisis económica y social que no pareciera tener final visible. Desde el lado pesimista (“hagámonos mierda total nos vamos a morir y nada tiene sentido”), o desde el lado hedonista (“festejemos… total nada tiene sentido”), ambas interpretaciones cierran.

Gaba Najmanovich es analista de tendencias y su trabajo no se remite solo a la moda. Para ella, la cultura del wellness y la salud está lejos de desaparecer, pero sí coexisten, sobre todo entre lxs centennials, con la del hedonismo y el exceso. 

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Dice: “No diría que queda atrás, pero sí diría que queda en otros grupos demográficos. La cultura del bienestar no es algo que vayamos a dejar atrás, no todavía. Lo que sí pasa es que empiezan a tomar presencia otros discursos alternativos que nos invitan a poner foco en la indulgencia y el goce. Se le pone pausa al imperativo del bienestar pero no desaparece. En todo caso empieza a aparecer la idea de balance”.

“En la nueva concepción del bienestar, la prohibición absoluta queda afuera. Fijate la popularidad de los hongos, una forma natural de disociarse de las exigencias de la rutina”, desarrolla.

Hay una búsqueda de exceso sin perder la salud. Si tomo, me hidrato bien. Si fumo hago todos mis pasos de skincare y como vegetales. El bienestar aparece como un compromiso más complejo y largoplacista que incluye distintos engranajes”.

Todas estas tendencias, si bien muy diferentes entre sí, tienen algo en común: una vuelta a lo imperfecto, lo effortless, lo poco pulido, lo gastado e incluso de dudosa higiene. Lo cual puede parecer paradójico porque la sobreproducción y el maximalismo son otra de las características claves de estas estéticas. 

Otra constante es el reciclaje: en algunos casos más explícitos que en otros, como es en el caso del “ketamine chic”, estas aesthetics ironizan sobre el consumo y precisamente incentivan a recuperar ropa del pasado y a revalorizar lo que ya se tiene, pudiendo mezclar prendas de diferentes épocas y de dudosa calidad, accesorios de la infancia e incluso prendas rotas. 

Todo con un subtexto de humor e ironía, y por qué no, cringe.

Y ante la pregunta de si estas tendencias son, efectivamente, adaptables a la vida real o solamente existen en TikTok e Instagram, para la estilista Princess Tatiana son una buena alternativa para aquellos jóvenes que habitan ciertos espacios y estilos de vida y quieren verse trendy sin renovar el armario. 

“Pienso que en el caso de Argentina donde la situación económica en sí es complicada, y en especial para los jóvenes artistes, la ‘ketamine chic’ es una especie de solución para vestirse porque avala usar las cosas que tenemos a nuestro alcance y que sean cool, sin tener que gastarse el sueldo en una prenda de marca, inclusive usando productos falsos con logos de marcas a las cuales no tenemos acceso económico”, reflexiona Tatiana, estilista de artistas que suscribe a una estética maximalista, trash, con elementos de la moda japonesa y otros del que puede ser considerado “ketamine chic”.

Ella trabaja junto a Taichu, Sassyggirl, Clara Cava, Chita, BB asul, entre otrxs, y actualmente tiene una marca de medias y mangas sublimadas que continúan con esta estética.

Ser, parecer, pertenecer

El tema es si la inspiración en la droga tiene que ver más bien con la supuesta imagen de un consumidor o con los nuevos universos posibles de la experiencia que habilitan diferentes sustancias. El “ketamine chic”, por ejemplo, ¿se ve como los adictos a la ketamina o se ve como un viaje de ketamina?

Este anestésico inicialmente utilizado con fines veterinarios provoca en los seres humanos el famoso efecto de disociación, una desconexión con el mundo tangible, un extrañamiento sobre lo conocido, un desplazamiento en la percepción y en el proceso de simbolización con efectos a veces verdaderamente psicodélicos. Es también una droga muy barata y, últimamente, su consumo se encuentra en auge.

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Una interpretación posible es que el “ketamine chic” tiene algo de eso: es barato, es extraño y lo constituyen muchos elementos descontextualizados que juntos provocan, más que un efecto armónico, algo más parecido a la incomodidad. 

Para Princess Tatiana “la ketamina es la droga de moda, nos ayuda a disociar y nos volvemos menos conscientes de lo que está pasando a nuestro alrededor, en un contexto de sobreestimulación. En mi opinión esta tendencia es una forma irónica del fashion para reaccionar frente al contexto sociocultural contemporáneo, donde estamos todo el tiempo recibiendo imágenes e información de moda, arte en Instagram, TikTok, etcétera, que ya no entendemos qué es lo que está de moda y qué no, qué debería darnos cringe y qué no”.

Y sigue: “Como hay tanta sobreinformación de la cultura de consumo estamos implícitamente aceptados para ponernos cualquier cosa, no hay límites establecidos”.

Yunke es una estilista y DJ que creció rodeándose de referencias que sacaba principalmente de Tumblr. “Estaba conectada a un nicho de gente adulta de otros países que me parecía super cool”, recuerda.

Menciona a dos personas que conoce de esa época y lugar, ambxs hoy DJs: Mr Vacation y Angel Money. Ambxs ya hablaban de la ketamina en ese entonces. 

Yunke cree también que esta tendencia “ketamine chic”, a la cual identifica mucho con TikTok y por lo tanto con gente muy joven, puede ser algo parecido a lo que ella hacía de adolescente: idealizar a estas personas más grandes que se mueven en ámbitos de arte y raves. 

Para ella, por el contrario, el “ketamine chic” tiene más que ver con una idealización o una estereotipación de la gente que habita estos espacios que con la disociación o los efectos de la ketamina en sí. 

Yunke menciona los rave shops en donde mucha gente se compra ropa “para ir a la rave”, que en general consiste en telas sintéticas, colores brillantes y/o flúor, botas con piel, calzas y gafas. Y señala que, en muchos casos, esta gente ni siquiera va a la rave, consume drogas ni tiene dinero para comprar la entrada para ir a ver a un DJ: son tendencias impulsadas en su mayoría por la demografía post adolescente.

Y si bien el “indie sleaze” es muy diferente en estética, comparte esta característica que identifica Yunke: algo anti-aspiracional, o aspiracional pesimista, que tiene que ver con el pertenecer a un estilo de vida más que a una coherencia de sus elementos. En este caso, al estilo de vida hedonista, que no es lujoso, ni ostentoso, ni chic.

Yunke pudo bajar aquellas ideas que la interpelaba de gente adulta primermundista viviendo en Argentina cuando conoció las fiestas de impronta Club Kids. “Hace poco estoy introducida en la máquina, en la industria real de la moda, y veo que hay una cierta línea que tiene que ver con lo limpio y con lo caro que, en mi experiencia, viniendo de la cultura del reviente y siendo mis desfiles las fiestas, nunca entendí así”.

“Yo siempre entendí la moda por el valor que le daba a una persona cualquiera ponerse mil cadenas de la ferretería, maquillaje y armarse un look increíble que, tal vez, al final de la noche, estaba todo desmoronado, sucio o transpirado”, sigue Yunke.

Hedonismo post pandemia

Con respecto a si identifica otras tendencias en el campo del lifestyle y el consumo que acompañen o sostengan estas nuevas modas, Najmanovich analiza: “El clima de la época siempre se cristaliza en hábitos de consumo. En sí el consumo es una respuesta de la gente, de los consumidores, a estímulos externos. Por esto lo que se expresa a través de la moda también se encuentra en otros ámbitos comerciales”.

El exceso es algo que estamos viendo crecer a través de varios sectores. Algo que está pasando en grupos demográficos más jóvenes, Gen Z y Millennials jóvenes, es la vuelta al exceso como respuesta a la dieta social de la pandemia. El deseo de romper con todo, de recuperar el estímulo perdido, de vivir lo que no pudieron vivir por la cuarentena, se manifiesta en la vuelta de la noche desenfrenada, vemos un discurso anclado en la fiesta y en el exceso que trae al frente tanto estilos de vestir como consumo de cigarrillos, psicodélicos y alcohol”.

La moda es muy poderosa en términos identitarios. Depende de qué te pongas y cómo lo lleves recibirás cierto trato. Es símbolo de género, de sexualidad, de clase. Para mí lo que veo en la calle no tiene mucho que ver con moda porque, en mi opinión, la moda es algo más fantasioso. A veces encarnar esta fantasía te puede llevar a sufrir violencias, y en base a eso hay que elegir espacios donde sepas que no las vas a vivir: ahí está la fiesta”, piensa Yunke.

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¿Por qué la moda tiene esta eterna fascinación cíclica con las drogas?

La noche y la fiesta siempre fueron un lugar donde se experimentó con la moda y con la identidad. La nocturnidad como un espacio más seguro para las disidencias. Yo creo que el mayor punto de conexión que hay entre la moda y la fiesta, en tanto cultura del reviente, pasa por el colectivo LGBTQI”, explica Yunke.

“La moda y la cultura de la noche ‘trash’ siempre estuvieron vinculadas. Las personas buscan alterar constantemente sus estados mentales a través de las drogas que consumen yendo en contra de la estabilidad convencional y de parámetros sociales que siempre nos marcaron que eran correctos”, reflexiona Princess Tatiana.

Y cierra: “Esa libertad de poder sentirse como uno quiere y no estar atado a exigencias sociales, de poder cambiar todo el tiempo, alterar nuestro sentir para sentir más y de no aburrirse nunca creo que es lo que más le fascina al mundo de la moda”.

Portada: Bolsa Bolsa, Princess Tatiana, comunidad.trans_caricatura // Editada en Canva por El Planteo

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