Nota por Lola Sasturain publicada originalmente en El Planteo. Más artículos por El Planteo en High Times en Español.
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Si bien es un compositor, cantante y pianista con seis álbumes editados en solitario, un histórico colaborador de Andrés Calamaro y Ariel Rot, entre otros, y cuenta con una frondosa carrera musical desarrollada entre Argentina y España, Andy Chango es conocido por muchos primero por su personalidad, su elocuencia al hablar de consumos sin pelos en la lengua y su maradoniana precisión para construir frases instantáneamente icónicas. Así que no es extraño que hoy, a sus 51 años, esté muy cómodo en su reciente faceta de conductor de radio.
Andy, nacido Andrés Fejerman, pasó gran parte de su vida viviendo entre Buenos Aires y Madrid, donde nació su hija Martina, hoy con 19 años. En la actualidad, instalado de este lado del charco, tiene en Futurock una casa. Además de colaborar en el programa de Julia Mengolini, Segurola y Habana, está al frente de la Clínica Chango, un programa semanal que ya lleva un año de éxito, en el que explora tópicos que le resultan relevantes, muchas veces poco felices, con el desparpajo y el humor que lo caracterizan.
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“Ahí hablo de lo que quiero. Los programas nunca son vacíos. Siempre son sobre algo que me preocupa, como el cambio climático o los laboratorios, algo para festejar como el alcohol u otras cosas, o algo de cultura que me interese difundir”, cuenta el rockero desde su casa. La idea, más que educar, es echar luz: “Sin hacerme el catedrático porque no lo soy, pero por ahí estoy en el medio de la gente que no lee y la que lee y puedo servir de puente”.
Hoy por hoy también trabaja en un nuevo programa que se relaciona con una sala de conciertos, el Café Berlín de Madrid. Una sala que considera como “su casa”, donde se junta con su grupo de amigos -en sus palabras, “los mejores músicos de jazz y flamenco que hay”- cuando está en la capital española.
El bar y sala de conciertos abrió una sucursal en Buenos Aires, con una presentación de Dante Spinetta, y Andy se está cargando al hombro todo lo que conlleva la apertura, que incluye eventos y el lanzamiento de este nuevo programa de radio, llamado precisamente ‘Casa Berlín’, con música en vivo de España y, también, de Argentina.
“Llevo muchos años aislado y sin salir de noche, y me encanta que sea por una cuestión laboral volver a salir con los amigos y que, de paso, sea un trabajo. Porque salir a no hacer nada lo hice toda la vida”, reflexiona.
En lo que refiere a actividades como músico, hoy trabaja en la canción de créditos para una película española. También se puso a grabar con su amigo Mariano Otero. “Esa suerte que tengo de siempre poder estar con músicos buenos alrededor”, dice. En el marco de Casa Berlin, van a armar un concierto navideño entre amigos; configurando una suerte de crossover entre Futurock y el bar, aquellxs socies de la comunidad de la radio tendrán beneficios para poder asistir a estos eventos.
“Yo lo quiero hacer para divertirme, no tengo ningún disco que presentar ni ningún afán artístico, es para festejar con mis amiguitos”, sentencia con una sonrisa.
Recientemente, tocó en el gran festejo por el cumpleaños de Charly García que se celebró en el Centro Cultural Kirchner. “Esa plata me la voy a gastar en el día en una sola cosa porque es dinero mal ganado. ¿Cómo voy a cobrar por ir a cantar ‘Mr. Jones’ con Samalea, el Zorrito y María Eva? Uno pagaría por hacer esas cosas. Es un acto de amor”.
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Siempre que puede, Chango menciona a los amigos. Es un amiguero nato. ¿Cuál es su plan de amigos ideal? “Que no vengan, que estoy muy tranquilo”, ríe. “Me gusta verlos de a uno. En situaciones sociales me pongo muy eufórico y termino siendo un personaje siempre. Entonces, disfruto más la pequeña reunión, dos amigos y les doy de comer súper rico. O un amigo, estar dos días juntos, prender un fuego, charlar y jugar al tenis”.
El porro, dice, lo ayuda todos los días de su vida. “Yo tengo un trastorno de ansiedad clarísimo desde los 13 años, y el porro me permite estar más tranquilo, comer más y dormir mejor”, explica. Los porros diurnos tiene que regularlos, dice, porque si fuera por él, es capaz de quedarse todo el día fumado en la cama, leyendo y mirando películas.
Estar un poco loco es, a esta altura, un estado natural. Le resulta más fácil identificar los momentos de particular sobriedad. Fumado le gusta ir a hacer compras en la moto y saludar a los chicos del pueblo cercano a la quinta donde vive, paseando al sol. También, jugar al tenis que, según dice, “voy más relajado y me gustan más los colorcitos de la pelota, la tierra, los árboles. Me concentro más en el exterior que en el partido”. Y para ver cine es crucial. “Ya sin porro no me gustan, salvo que sea LA película”, dice; y va más allá: “De todo el cine, entre Truffaut, Wim Wenders, todo el cine argentino, si tuviera que elegir una película sola sería ver por primera vez Harry Potter 2”.
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Es un gran lector. Como con todo, en los libros se mete de lleno: “Nunca pude poner pausa cuando estoy metido en una historia”, dice. En este momento, como si fuera una metáfora de la vida misma, disfruta de pequeños fragmentos de los libros. De joven tenía mucha ansiedad por llegar al final, pero hoy un libro bien escrito le parece disfrutable desde la tercera página. “Empiezo a notar que no me gustan tanto los finales literariamente, son un error forzado, en la mayoría de las novelas no deberían existir. Porque condicionan un montón de acontecimientos que por ahí terminan siendo lo menos creíble del libro y con una prisa innecesaria cuando estamos todos adentro de un mundo”, dice.
Hace poco releyó El Banquete de Platón y quedó fascinado. “La pasé bomba viendo cómo los griegos se juntaban a chupar vino hace dos mil años”.
¿Y qué música escucha? Hoy en día, dice, no demasiada. Se reconoce como fan del silencio. Pero al hablar de música y porro, menciona algo que a simple vista parece una obviedad: Bob Marley. “Se nota el porro que se fumó el cuando cantaba, y te pega a vos cuando lo escuchás. Es como un porro transitivo que hace un viajecito en el tiempo y cuando lo escucho tengo la sensación de que estoy fumando el mismo porro que él. Siento que iba tirando el humo a través del micrófono, va a través del cable y termina saliendo por el parlante”.
Cuando Andy Chango habla de drogas, el decorado se calla. Y él tiene muy en claro que al hablar de marihuana como persona pública no es todo risas, paseos y Harry Potter.
Chango no se siente para nada identificado con la forma adquirida por la supuesta militancia cannábica hoy por hoy, y le genera mucho rechazo la hipocresía que hay detrás de la fiebre por la marihuana que está expandiéndose a nivel mundial.
Pero no siempre fue así: el músico identifica que fue un acérrimo militante cannábico cuando llegó a España, en el año 1997. Estaba muy cerca de la revista Cáñamo, de Barcelona. “Ahí noté que se tomaban todo tipo de sustancias habidas y por haber, y con gran sabiduría, pero en lo público sólo se defendía a la marihuana”, cuenta.
“Hace años que vengo notando que la lucha de la marihuana está excluyendo a las otras drogas”.
En España comenzó a ver cómo crecía la industria mientras no se modificaban las leyes y cómo las cárceles estaban llenas de pichis. “Con respecto al porro, pasaron mil años, es un país que pasó por gobiernos muy progres, e igualmente nunca se legalizó nada ni se mejoró ninguna condición”, describe.
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Con esto en mente, cuando volvió al país hace diez años anunció a sus amigos cannábicos que se retiraba de la lucha. En principio porque ya estaba muy extendida y no necesitaba de él como sí tal vez las luchas por la normalización de otras drogas. Ya era una lucha ganada, aunque fuera por intereses comerciales estadounidenses disfrazados de salud y progresismo.
“Todo lo que pasa con las drogas en el mundo es porque Estados Unidos quiere”, se lamenta Andy Chango con cinismo. “Mis amigos del periodismo cannábico terminaron todos peleados, porque algunos se dedicaron full al negocio, gente que militó toda la vida terminó vendiendo productos, otros les decían ‘caretas’, y así”.
“Mi lucha era la de las ideologías”, cuenta. Y trae a colación una anécdota reciente: en la última ExpoCannabis, Chango se unió a los Presos por Plantar y llevaron su reclamo a las puertas de La Rural.
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“Tuve que ir a manifestarme con los presos, sin poder creer que en ese antro de Videla que todavía tiene un llamado Salón Martínez de Hoz hagan ese evento sin considerar que ningún porcentaje de la entrada vaya para los que todavía están presos por plantar, sin que nadie adentro del gran bussiness diga ‘che, ya que tenemos guita para alquilar La Rural y vendemos aceite a precio astronómico, ¿por qué no les giramos unos mangos a los compañeros que siguen presos?’. En muchos casos son gente de afuera que vienen y absorben a un montón de cultivadores ¡y luchadores! de acá”, se indigna.
Andy Chango tiene su carnet de Reprocann. Un oyente de Clínica Chango con un amigo preso lo contactó, y ahí cayó en cuenta de la injusticia. “Este chico está preso por tener tres plantas y yo tengo permiso para plantar nueve”, se dijo.
Ese fue el puntapié que necesitaba para volver a hablar de cannabis. “A mí me aburre soberanamente hablar de porro. Es obvio que hace bien y todo lo que se dice. Hace cuarenta años que consumo y ya discutí con todo tipo de perejiles. Ya la ciencia apoya y el negocio apoya. Como luchas a mí me gustan más heavies, más imposibles, esta es una batallada ganada. Pero la lucha de los presos sí, porque es un atropello a la razón, y porque estar un solo día preso es una pesadilla que nadie imagina”.
Y sigue: “Cualquier movilización que no incluya a lxs presxs no me interesa porque me parece un error logístico e ideológico”.
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Está inscripto y claramente está a favor, pero igualmente tiene sus dudas sobre la idoneidad del sistema Reprocann. “Se va a ir a pique la salud mental mundial porque van a haber veinte millones de certificados pagos de gente supuestamente enferma. En vez de legalizar lo lúdico inventan esta payasada. Por cinco lucas te diagnostican lo que quieras. Aparte, ¿qué argentino no tiene ansiedad, depresión o insomnio?”, reflexiona.
A su parecer, todas las drogas deberían ser legales, pero su gran lucha al cabo no es por ninguna droga sino por las libertades individuales. Pero, aclara, sin que eso implique la libertad de los aristócratas. “Todo siempre partiendo de una justicia social, que no existe ni va a existir nunca. Sé que el tema de las libertades individuales siempre va a ser relativo porque con guita podés hacer lo que se te canta el orto. La libertad y el poder van de la mano, pero el que tiene poder también es esclavo del poder, por suerte, porque sino serían felices, los hijos de puta”.
Pero no es tan simple tampoco. Andy Chango es nihilista ante la humanidad entera y no confía ni en sí mismo. “Mi lucha es por defender siempre lo que pienso y lo que soy más allá de las leyes, porque no creo en las leyes. No creo ni en la estructura mental que tengo, creo que viene de una cultura que es chota y que nos la meten en la cabeza de chicos, todos los seres humanos venimos fallados, y hay que reiniciar y empezar de cero cuanto antes. Todo lo que rige nuestra conducta me parece cuestionable”.
Sin ponerse en extremo radical, constantemente intenta deconstruir estos mandatos. Dejar atrás viejos vicios de conducta: “A veces veo fútbol a escondidas y, por supuesto, no lo pago. Pero entiendo que es un vicio privado que hay que defenestrar. También intento bajar el ego, o cortar con la sexualidad mal entendida, esos vicios de rockero que tuve cuando tenía 20, esa idea de que hay que coger mucho… por ahí no tenía ni ganas, o para coger estaba manipulando gente, son cosas que ahora intento atenuar. Al menos saber donde soy choto y tratar de serlo lo menos posible”, reflexiona.
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La incorrección, siempre lúcida y enfrentando al poder, es su marca registrada. Así fue siempre su discurso en lo que a drogas refiere: es, conscientemente o no, un vocero de aquellxs que usan drogas porque quieren y porque les gusta desde hace muchos años, mucho antes de que el discurso de la tolerancia y la reducción de daños estuvieran extendidos.
Su postura es sabida: que cada unx haga lo que quiera, todo tiene su potencial si es usado a consciencia. Entonces, ¿existe alguna droga que sea inherentemente mala para Andy Chango?
“No creo que haya cosas buenas y malas. Creo en las cosas que existen y en las que no. Por ejemplo, Dios no existe y las drogas sí existen. Entonces, el que las quiera usar que las use, porque acá están”, responde.
A propósito de los aportes que hicieron las sustancias a su vida, Chango asegura que a todas tiene algo para reconocerle.
Primero habla del alcohol: le aportó desinhibición. “A los 14 años era un pibe totalmente tímido que había vivido la infancia en dictadura. El alcohol me abrió las primeras puertas a la sociabilización y a los besos en la boca”, elabora.
Sobre la cocaína tiene una postura interesante y muy de insider. Su experiencia se remonta a los ‘80 y ‘90, auge del rock y también de la sustancia. “La coca me abrió muchas amistades sociales y muchos amigos músicos de rock, fue un punto de unión muy fuerte en los ‘90. Estaba muy satanizada y, para los amigos, ser del club de los que tomaban, unía mucho: así como después me quitó muchos amigos. En mi experiencia cuando pasas muchos años tomando mucha coca con muchos amigos después te quedás sin ninguno. Uno se va poniendo más rayado, se va enojando por boludeces, te terminás sintiendo traicionado o traicionás”, cuenta. Sí le resultó muy estimulante cuando se embarcó a escribir un libro: “Concentrarte en una actividad intelectual en una dosis justa puede ser muy útil, aunque después dañina para el sistema nervioso”, cuenta.
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Con respecto a las plantas sagradas, cuenta que hace poco menos de dos décadas estuvo un mes y pico tomando ayahuasca día por medio, en el Amazonas, como parte de una internación para rehabilitarse de otros consumos. Ese proceso fue transformador: le perdió el asco a los insectos, empezó a relacionarse de otra manera con las plantas y nunca más pudo volver a vivir en una ciudad. “Me trajo consecuencias concretas en mis decisiones posteriores”, dice. Esa internación se la pagó SADAIC, poco después del nacimiento de Martina. Lo hicieron dejar el alcohol, el tabaco, la cocaína y las pastillas en seco: pero le daban una bandejita con porro por día y ayahuasca cada dos.
“Si tengo que hablar mal de una droga, que lamentablemente todavía consumo pero en dosis mínimas, son las benzodiacepinas [en su caso, Rivotril]. Es lo más adictivo que conocí en mi vida. Nada me causó la abstinencia que me causó eso”. Y agrega: “Curiosamente, solo sigo enganchado a las únicas dos drogas a las que estoy en contra, el tabaco y las benzodiacepinas. Todas las demás las uso cuando quiero”.
Siempre tuvo problemas de insomnio: lo combate con porro, la dosis mínima de benzodiacepinas y películas infantiles. “Obvio que me tengo que fumar tres caños y tomar el medio rivo para disfrutar de Kung Fu Panda”, se ríe, “pero una vez que estoy ahí me copa”.
Por caso, las conocidas como drogas de diseño también le merecen una opinión.
Cuenta que probó el éxtasis en el ‘96, antes de irse a España, unas pastillas traídas de San Francisco que les conseguía un gran amigo hoy fallecido. Por estos días, no consume prácticamente drogas químicas. “Solo cuando estoy en el momento y lugar muy indicado meto el dedito y doy una chupadita, pero es un uso totalmente de señora, de tía abuela”, dice entre risas. “Yo soy terriblemente eufórico y a los 20 o 30 tenía una fuerza inusitada para estar re high a la noche y hecho mierda a la mañana y salir adelante. Ahora no la tengo. Y el día siguiente a los químicos es un mal día. El día siguiente al porro y vino tinto, sea la cantidad que sea, es un buen día”.
Fotos de cortesía
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