Nota por Ulises Román Rodríguez publicada originalmente en El Planteo. Más artículos por El Planteo en High Times en Español.
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Sin Amor y Revolución no existirían Las Cañameras 420: finísimas zapatillas argentinas hechas de cáñamo.
Nacidas de las manos creativas de Valery Martínez Navarro, un artesano criado al calor de la Revolución Cubana, que recaló en Argentina, en 1998, por esas cosas del querer.
Zapatero de oficio, músico de sangre, Valery es militante de Acción Cannábica y en una de las reuniones de la agrupación surgió la idea: ¿por qué no hacemos zapatillas de cáñamo?
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“Ser zapatero es mi pasión, es mi oficio ser un hacedor de calzado artesanal”, cuenta Valery. El oficio lo aprendió por esa inventiva que muchas veces nace a partir de una necesidad.
“Estuve viviendo un tiempo en un campo cerca de Exaltación de la Cruz. Un día compré un cuero de vaca para hacer el parche de un tambor. Como el cuero no sirvió para parche y yo tenía las sandalias gastadas me puse a copiarlas y me fabriqué mis sandalias”.
El modelo de sandalia gustó tanto entre sus amigos y conocidos que comenzaron a encargarle para comprarle. “Con suela de goma de auto, muchas de las sandalias que realicé hace más de 15 años aún las están usando”, dice el artesano.
Vida y vuelta del cáñamo
Vale aclarar que el cultivo de cáñamo fue prohibido por el dictador Jorge Rafael Videla, en 1977. En ese momento, la Dictadura Militar lo incluyó en la lista de drogas.
Eso significó un retroceso -más- para la industria argentina en un contexto en el que a expensas del ministro de economía, José Martínez de Hoz, se convenció a la población de que lo hecho en el país era de mala calidad.
Por aquellos años, empresas como la Algodonera Flandria y la Linera Bonaerense, que fabricaban suelas de alpargatas y materiales para la construcción en base a cáñamo, tuvieron que cerrar.
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En ese “todo vuelve en la vida” y con avances en la legislación argentina en materia de industria cannábica, las zapatillas bautizadas como Cañameras 420 dan -literalmente- sus primeros pasos.
Altas llantas
Tratándose de un producto prohibido, lo más difícil es conseguir la materia prima: el cáñamo. “Germán, un amigo de Proyecto Cáñamo, nos facilitó unos manteles de cáñamo que tenían guardados hace 30 años y con eso pudimos empezar a hacer los primeros modelos”, cuenta Valery a El Planteo.
Lo asombroso es que han pasado más de 3 décadas y el material está intacto. “La durabilidad es una de las características del textil de cáñamo. Lo que hace que sea un producto de escaso impacto ambiental, un material noble, lindo al tacto y para trabajarlo”, dice el zapatero.
En la actualidad, el cáñamo que llega a Latinoamérica proviene de China y de India, pero la idea de Valery es poder trabajar con un cáñamo hecho en Argentina.
“Imagínate que, al importarlo, dejaría de ser un producto sustentable porque hay una huella de carbono en el camino hasta llegar a la Argentina”, explica Martínez Navarro.
El proceso
“Cada cañamera es única e irrepetible”, dice su creador sobre las zapatillas que fueron presentadas en sociedad el 420: el Día Mundial del Cannabis.
Para la fabricación de cada cañamera Valery realiza las hormas primero. “Los moldes de todos los talles para luego coserlas”, cuenta.
—¿Cómo hago para tener mis cañameras?
—Hay que hacer una reserva a través de mi Instagram (@zapatosmartineznavarro), así mandamos a hacer la base. Todo eso lo solventan las mismas personas que van a adquirir sus cañameras.
Una vez que comienza el trabajo, Valery lo va mostrando a través de sus redes sociales. “Este método me parece justo y de alguna manera más social porque cada par las solventan las personas que las van a usar”.
Entre los pasos fundamentales, una vez que se terminan de coser, las Cañameras pasan al armado sobre la horma y de allí a la suela.
“Es un proceso que lleva tiempo porque es todo artesanal. Cada modelo hay que desarrollarlo y no se hacen rápido”, explica el zapatero cubano.
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El creador de las zapatillas apuesta a generar nexos con cooperativas o bien con el Estado “para que las Cañameras sigan abriendo caminos para adentro, para que la industria sea nacional”.
Para Valery, las Cañameras 420 tienen una connotación que va más allá de lo comercial. Para quienes forman parte del emprendimiento, lo viven como un proyecto social.
“Estoy dispuesto a capacitar a otras personas para que aprendan el oficio, armar grupos, talleres inclusivos para personas con capacidades diferentes, personas con necesidad de trabajar, que pueda significar una salida económica para mujeres y hombres desocupados”.
Para alcanzar esa meta, el artesano cubano está en la búsqueda de un espacio para armar un taller de calzado. “Apuesto para que este producto empiece a producirse y que se pueda ampliar en todo el país y no solo estas cañameras sino una variedad de modelos”.
Nostalgias de La Habana
Valery Martínez Navarro nació en La Habana, en 1970. Tiene intacto el recuerdo de la revista Juventud Técnica que traía un montón de soluciones e ideas para resolver en el hogar.
“Hasta podías hacerte antenas de TV y nosotros hicimos una para ver las señales de los Estados Unidos”, cuenta con el placer de las risas que remiten a jugar con lo prohibido.
Estos 23 años de vida en Argentina le han dado a su cubanismo una mezcla de palabras en las que conviven el “amol” con el “chabón”.
“Cuando nos juntamos con los paisanos hablamos un poco así para no olvidar donde uno viene. Con el tiempo que uno vive aquí, obviamente, se adoptan todos los modismos”, dice.
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El artesano tiene clara la atracción de los argentinos hacia Cuba y menciona: “Los ideales que tenemos, que compartimos, por las luchas, por la música”.
Para Valery, Cuba es “un país hermano de Argentina, es familia. Siempre hubo cubanos acá, argentinos allá, hay radios de tango en Cuba, hay festivales de tango en Cuba, acá hay salsa, acá se respeta a Fidel, allá admiramos a Borges”.
En este tiempo que lleva viviendo en Argentina el músico y zapatero no deja de sorprenderse por las similitudes en las costumbres.
“El cubano no tiene problemas aquí y el argentino allá tampoco. En Cuba me crié con dos argentinos que vivían en mi barrio en la época de la dictadura así que siento una verdadera unión”.
Ahora, en Buenos Aires, y tras haber vivido un tiempo en Once y en otras localidades de la provincia, Valery reside en Monserrat.
Son muchas las personas que, en un país que ha borrado a los negros de su historia, le preguntan a Valery si proviene de Senegal, Brasil o Francia.
“Son miradas arcaicas las de diferenciar a las personas por sus características físicas, por su color de piel. Algunos tienen que formatear el sistema operativo para eso”.
En armonía con el cannabis
Como militante cannábico, Valery brega por una relación equilibrada y armoniosa con el cannabis. “Tiene que ser desde un lugar sano para todos: como planta y como seres humanos soberanos que tenemos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo”.
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El artesano sostiene que la planta de cannabis no debe ser “monopolio de nadie porque no nos pertenece. Ya estaba antes que nosotros y lo que tenemos que hacer es un buen uso porque tiene el potencial de reunir a personas de diferentes oficios, profesiones y estratos sociales”.
Martínez Navarro dice que hay que “defender que eso siga siendo así, que pertenezca a todos, que no pertenezca a los ricos y poderosos porque la planta es soberana”.
Fotos: Gentileza Pedro Pérez