Nota por Nicolás José Rodríguez publicada originalmente en El Planteo. Más artículos por El Planteo en High Times en Español.
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Para 2022, la soja transgénica cubría cerca de 37 millones de hectáreas argentinas. Producir soja transgénica resistente a los agroquímicos es un proceso altamente estandarizado, que permite ciclos agrícolas más cortos y mayores márgenes dada la mecanización extendida del proceso.
La alta tecnologización del proceso permite el flujo de inversiones y la expansión de la frontera agrícola. Sólo entre 2000 y 2014 las plantaciones de soja en América del Sur se ampliaron en 29 millones de hectáreas, comparable al tamaño de Ecuador.
Según la ONG Oxfam, en 2016, Brasil y Argentina concentraban cerca del 90% de la producción regional, si bien la expansión más rápida se ha producido en Uruguay y Paraguay, donde la soja ocupa un 67% del área agrícola total.
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Para los países del Mercosur, los dólares provenientes del cultivo de productos primarios como la soja son indispensables para el financiamiento de la deuda pública, planes sociales y obras de infraestructura para el desarrollo. Y de hecho, según la CEPAL, el 80% de las exportaciones del Mercosur en 2021 fueron, precisamente, bienes primarios como la soja.
Sin embargo, los agroquímicos que sirven para el monocultivo de soja, por ejemplo, daña los suelos, contamina los cursos de agua y generan daños a la salud. En 2021 se utilizaron 230 millones de litros de herbicidas en Argentina y 350 millones de litros de otros productos fitosanitarios, conocidos como productos fitosanitarios de síntesis química.
Mientras empresas y algunos funcionarios afirman que sin agroquímicos como herbicidas y plaguicidas, sería imposible alimentar a la población mundial, un movimiento de agricultores en Argentina y el mundo plantean un modelo alternativo que trabaja con el medio ambiente y no en su contra, para llegar al mismo objetivo.
Proponen alimentar el suelo y los miles de microorganismos que lo habitan para mejorar su funcionamiento. Al trabajar con bacterias, hongos e insectos, los cultores del suelo vivo o living soil aprovechan al máximo el funcionamiento sistémico del mismo. Es decir, dejan que la vida prolifere en el suelo para obtener una mejor cosecha a un menor costo.
Pero, ¿cómo funcionan las tecnologías de suelos vivos? ¿Para qué sirven? ¿Por qué son fundamentales para el cannabis? Y, ¿cómo pueden desarrollarse para resolver el ciclo de los sintéticos a los transgénicos?
“Creemos que no vamos a poder alimentar a la población mundial si no es con sintéticos. Pero podemos utilizar la ciencia para potenciar la fertilidad del suelo en lugar de adoptar una actitud extraccionista. Con biotecnología se pueden desarrollar sistemas biológicos de cultivo fértiles que funcionan con mínimo mantenimiento”, aclara Juan Tambolini, de Tambo Farms, la empresa de biotecnología uruguaya que produce y comercializa productos orgánicos para el cultivo de cannabis.
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“El potencial que nos brinda el cultivo en suelo viviente o living soil es la tecnología que está detrás. Básicamente, nos brinda la oportunidad de monitorear la salud del suelo observando la vida que lo compone, el nivel de materia orgánica y por ende la fertilidad del suelo. Es un hecho probado que la las bacterias, los microorganismos y los hongos que componen la red que es el suelo, una red trófica que nos incluye y que captura CO2 de la atmósfera”, agrega Tambo en torno al potencial de recurrir a suelos vivos para reducir el impacto de la agricultura.
Tambolini destaca además que el uso de suelos vivos es más eficiente porque permite la reutilización de los nutrientes y no requiere la aplicación de insumos constantemente como en el caso de la agricultura tradicional. El uso de cultivos de cobertura, plantas, bacterias, hongos, protozoarios, artrópodos, y hasta las lombrices, generan una sinergia que crece y se acelera con cada ciclo de cultivo. Un bicho come a otro bicho, y con su metabolismo generan los componentes que van formando la red alimentaria del suelo.
Como si fuera poco, al ser un organismo vivo, el suelo puede reproducirse en medios adecuados, lo cual permite el cultivo de otros suelos y la reactivación de la vida.
“Es como si fuese una masa madre. Va a rendir siempre. Porque nosotros en una cucharada de ese suelo tenemos miles de especies de bacterias, cientos de especies de hongos y todo tipo de vida que a su vez nosotros podemos triplicar mediante inóculos que se producen en tanques de agua con aireación”, explica Tambolini, y agrega que se pueden elegir qué colonias incubar, como lo hacen las empresas que crían una bacteria, sea para uso farmacéutico o alimentario.
Pero para eso hacen falta grandes biorreactores, distribuidos geográficamente. “En una biofábrica, se pueden reproducir los microorganismos esenciales para uso foliar. Se aplican con un tractor o avioneta. Sin embargo, existen limitaciones, por un lado los insumos para construir suelos vivos deben estar libres de sintéticos”.
“El suelo, es un reflejo de la comunidad, el entorno del granjero. ¿Por qué? Porque de lo que se alimenta ese suelo muchas veces depende de las relaciones del granjero. Eligiendo la materia prima, hacemos una selección y una gran diferencia. ¿Cómo? Reciclando desechos de emprendimientos orgánicos y comunitarios que no contengan trazos de glifosato”, explica Tambolini.
Uno de los beneficios de consumir productos de suelos vivos donde la vida se regenera, incluye una mejor nutrición y un mayor sabor. De nuevo, esto no es casualidad, más bien ciencia pura. El metabolismo de las plantas y su entorno condicionan la producción de terpenos y otros componentes que hacen al sabor. Asimismo, existen microorganismos benéficos que el living soil preserva y que resultan fundamentales para el sistema digestivo.
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“Los probióticos son fundamentales para el desarrollo inmunológico. Nos permiten tener mejor adaptabilidad al medio. Para eso existe una industria gigante multimillonaria de probióticos, y la conciencia de que un alimento orgánico es en sí más sano”, dice Tambo.
“Si no hubiese hongos, no existiría el yogur, el champagne, el pan, el kimchi y la salsa de soya, el fermento de los quesos, si no fuera por la microbiología. ¿Por qué un pan de masa madre vale más que un pan común?. Porque está vivo. Nosotros ya comemos bacteria, vivimos con la bacteria. Yo puedo agarrar, por ejemplo, una remolacha, picarla, mezclarla toda, así con la mano, con azúcar mascabo, ponerla en un frasco con agua desclorada y al cabo de un tiempo hay unos ‘bichitos’ activándose ahí. Y ese cultivo ya lo puedo usar para alimentar a mis plantas, la remolacha orgánica los trae consigo”, concluye Tambo.
“Alien” es un cultivador de cannabis con experiencia en el manejo de microorganismos. En busca de mejores terpenos entendió que la microbiología tenía una relación con el crecimiento de la planta.
“La vida del suelo genera ciertas reacciones en las plantas. Para defenderse de una plaga, por ejemplo, por medio de elicitores activan mecanismos como terpenos, flavonoides, que se pueden estimular usando insect frass, un procesado del guano de grillos y tenebrios [larvas de escarabajo] alimentados orgánicamente. Resulta que la quitina del exoesqueleto de los grillos se degrada y genera otros compuestos que activan la resistencia de la planta porque piensa que está predispuesta a depredadores. Y esto se aplica en los cultivos comerciales de cannabis, cuando se buscan terrenos definidos. Los lactobacilos ayudan a activar las enzimas, es un precursor de tricomas y terpenos, solubilizador de fósforo, sanitiza el suelo, y sirven para la flora de las plantas de cannabis”, comenta Alien.
Explica que el concepto del living soil no es escalar la producción en un sentido tradicional, para exportar, sino hacer una red de productores con nodos regionales, que utilicen microorganismos locales, para producir sin rastros de herbicidas, insecticidas, plaguicidas y metales pesados. “No sirve traer inóculos bacterianos de otras regiones. Se tiene que trabajar con los consorcios de los microorganismos locales”, agregó Alien.
“Lo interesante de este trabajo es integrarse con la comunidad y potenciar las economías regionales. El afrecho que antes se usaba para darle de comer a los chanchos, ahora se volvió una unidad de negocios. Nosotros lo usamos para hacer insumos que sanean cultivos”, explica Gero de la Comadreja Orgánica una marca de insumos que trabaja con proveedores de desechos orgánicos.
El oriundo de la Provincia de Buenos Aires adelantó que, si bien la Argentina tiene potencial para escalar soluciones sustentables, hace falta un marco regulatorio.
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“La primera limitante es que no hay regulación específica que avale nuestro trabajo y nuestros métodos. Hay que trabajar en cultivos intensivos. Te dicen que el tomate orgánico no se puede hacer porque no alcanzaría, cuando los rindes con orgánicos son mayores. Si tienes muchos pequeños productores que hacen agricultura low cost [bajo costo] bajarán los costos de producción”, añade Gero.
¿Por qué es low cost?
—Porque lo haces con desechos. No compras fertilizantes. Pero hace falta dar créditos a los productores para que haya productores orgánicos. El concepto de living soil trata de preservar los suelos, no hacer uso extraccionista, y la agricultura convencional no prevé la preservación de la vida, sacan y exportan y esa fertilidad se exporta también. Nuestras soluciones son escalables a nivel industrial. Si tuviésemos una biofábrica tendríamos reactores más grandes, donde se aplique biotecnología para ser más eficientes y estabilizar por completo los consorcios de microorganismos. Hay diferentes tipos de escuelas de bioinsumos, dependiendo del maestro, los métodos varían pero el objetivo es el mismo, reproducir microorganismos.
“Hay gente que usa estiércol, true living organics usan harinas, y KNF, una escuela específica de Corea. Esta tecnología se aplica en campos grandes, con bombas y aspersores que esparcen microorganismos que mejoran la calidad de la comida, el sabor, la sanidad y los rindes, simplemente, son mejores alimentos”, sigue.
Si de escalar se trata, Greenfire una empresa de compostaje de biomasa de diferentes empresas, entre ellas una champiñonera, ya está en marcha en la Provincia de Santa Fe, corazón de la pampa sojera.
“Recompostamos con un control total del círculo de reciclaje dentro de la empresa. Nosotros apuntamos a ser parte de la economía circular, recibir materia orgánica, recircular materia orgánica para ser devuelta a la tierra. Tenemos un predio para el procesamiento de los residuos, desde el acopio hasta el embolsado y el tamizado, con un volumen de producción de 32 toneladas por semana”, explica uno de los dos “Nahueles” al frente de la empresa.
“El volteo y el armado de pilas de compost sirven para garantizar la homogeneidad de las bacterias que se ocupan de degradar la materia y hacerla disponible para la nutrición de la planta. A la vez, el calor del compost elimina patógenos que pueden ser dañinos. Se le agregan además componentes como vermiculita, un mineral que permite hacer un intercambio de cationes, pulsos eléctricos entre bacterias, que permite la proliferación de la vida, y la dolomita, otro mineral, estabiliza el pH”, agrega el otro.
La empresa que comenzó haciendo un sustrato liviano ya tiene una variedad premium, otra para automáticas, y otras para el cultivo en huertas urbanas. “La calidad de la materia orgánica es fundamental para un sustrato. Alimentamos camas de lombrices y tenemos nuestro propio humus, de lombrices alimentadas por desechos de champiñones y restos de poda”, explican.
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Y agregan que para crecer resulta vital una línea de crédito para expandirnos y mejorar sus líneas de producción.
En relación directa con la industria del cannabis, tener un sustrato trazable es fundamental porque garantiza la sanidad y permite construir un protocolo de calidad que hace que los productos orgánicos coticen con una prima, es decir, valen más.
“La planta de cannabis tiene sus etapas y por eso tenemos productos diferenciados. Para cada etapa se necesitan micro y macro nutrientes para generar un ecosistema sustentable que te dure. Sin necesidad de remover el suelo o renovar nutrientes constantemente. Las flores rinden más y los sabores son más definidos, le damos el medio ideal de crecimiento, de forma específica, con sustento científico. Si alguien lo usa para un fin medicinal tiene que tener esa seguridad”, concluyeron los emprendedores.
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