Nota por Hernán Panessi publicada originalmente en El Planteo. Más artículos por El Planteo en High Times en Español.
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Jarras, turras, pipas de Nike. “Dibujo desde que tengo uso de razón”, apura rápido El Iván de Quilmes, tatuador, skater y conurbano. Desde chico que se relaciona con el dibujo, fue grafitero y, en los últimos diez años, escrachó las pieles de cientos de pibes y de un tendal de traperos. “Soy el más argento de todos los tatuadores”, agita.
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Cuando tenía 12 años, su mamá lo veía dibujar por todos lados y, un día, escuchando la radio, se percató de un concurso. ¿El premio? Una beca para estudiar dibujo humorístico y caricatura. Llamó, ganó y ahí fue el pequeño Iván: fueron dos años de aprendizaje junto a un docente iniciático. “Como todos los dibujantes, era muy colgado el chabón. No me acuerdo su nombre. Le perdí el rastro”.
Dos estímulos: el skate y el graffiti
Así las cosas, a sus 13 años se subió arriba de un skate y no se bajó más. “Me cambió la visión de todo”, dice. Ahí vio que todos los patinadores se expresaban también desde otro lado: música, pintura, cine, fotografía. Todos los jóvenes con los que empezaba a ranchear hacían algo más. A los 13, también, pintó su primer graffiti. Y nunca paró de dibujar, ni expresarse.
Al comienzo firmaba los graffitis como “EL”. Más tarde se convirtió en “Iván”.
A sus 19, Iván trabajaba en un call center hasta que su amigo, Falu Carolei, fue contratado para pintar un supermercado en una acción para Pepsi y Doritos. Ese fue su primer trabajo oficial relacionado al arte.
Enseguida, Converse los convocó para pintar Las Brusquitas, el mítico bowl de Pinamar. “Como me ausenté, me echaron del laburo. Pero con esa plata me compré todo para tatuar”, cuenta.
—¿Y por qué te metiste en el tatuaje?
—Porque conocía a muchos referentes que tatuaban. Les pedía que me enseñaran y no me pasaban cabida. Me compré todo y no entendía nada. Tendría 22 años y ni a palos tenía un estilo. Las primeras cosas que me gustaron fueron el japonés, el tradicional americano y el chicano. Buscaba y flasheaba.
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Iván se convirtió en El Iván de Quilmes
Para el año 2012, ya bautizado oficialmente como El Iván de Quilmes, el joven tatuador era uno de los que más la movía en el under ondero cibernético. Por esos días, paraba con Grolou, un grafitero francés con quien forjó una amistad. Louis Danjou, alias Grolou, cayó a Buenos Aires después de tripear por su país, por Perú, por Chile y por un puñado de latitudes más.
Y fue su discurso el que le hizo sacar a revolear la bandera argentina.
—¿Por qué?
—El chabón pintaba unos grafitis loquísimos. Estaba buenísimo. Flasheó con Quilmes y pintó acá en la estación. Siempre me contaba que en otros lados había movida, que la comida estaba mejor, que todo era increíble. ¿Y acá qué onda? Me sentí zarpado porque el chabón hablaba con todas nuestras berretineadas.
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—¿Y eso qué te generó?
—Le dije: “¿Qué onda? Hablás bien de todos menos de Argentina”. Y se le había metido adentro toda nuestra cultura. Me di cuenta que no había nadie que enaltezca a la cultura argentina desde ese lugar. “Tengo que hacer lo mío”, pensé. Agarré un papel y flashié una mina atrás de unos cables. Era un tradi americano, con temática argentina. Y no pude parar. Tenía una cancha de fútbol para correr que no me iba a tocar nadie: era mi espacio, mi lugar y lo podía explotar como se me cantaba el culo.
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El traditurro: ¿Técnica o temática?
Desde ese momento, El Iván de Quilmes se volcó al traditurro. “No lo pensé por marketing. Es lo mío, es lo que me sale. Agarro las mismas cosas que veo en mi barrio, lo que veo en los graffitis, en los tatuajes tumberos. Yo tenía un vecino que tenía tatuada una araña y a mí me flasheaba, eso me cambió. Le pedía que me mostrara el tatuaje todo el tiempo”, sigue.
Y, en sus trazos, el humor popular, el berretín, el chiste de barrio. Lo explica: “Dibujo lo que me pinta, pero la composición general del dibujo tiene que salir de las formas básicas: la línea recta, el cuadrado, el triángulo y el círculo”.
El Iván de Quilmes trasladó a los tatuajes algo que veía en las calles: vestimentas deportivas, cumbia villera, slang propio. “En realidad, lo mío es la temática, no es la técnica. Es enaltecer a Buenos Aires y la Argentina. Y tener un estilo propio. Los gatos de Japón y los gatos de México tienen su estilo. Y nosotros, más allá del fileteado porteño, no teníamos el nuestro. Ahora el barrio tiene el suyo, pero fijate que no hay un traditincho, con pelotas de rugby. No se les cae una idea”.
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—¿Cuál fue tu primer dibujo que pegó?
—La jarrita, porque en un dibujo dice todo: situación económica y compañerismo. Es como algo usual de nuestra cultura, otra que el mate. Ves una jarra cortada y es un recuerdo lindo. Me gusta la estética de reversionar mil cosas. Hacer personajes vestidos como yo, es parte de la temática.
Asimismo, El Iván de Quilmes asegura que no hace traditurro, sino tattoo conurbano. “Porque no es tradi, es solo la temática argentina con técnicas aprendidas de los otros países”, detalla.
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Trap shit
A la sazón, en 2013 también se metió con el trap. “Acá no la veían ni en Internet”, desliza. Y, de escuchar tantos subgéneros y exquisiteces de diferentes latitudes, flasheó y se convirtió en DJ. “Al trap lo enganché justo. Es como si fuese la cumbia villera de acá. Hablan de cosas jodidas y no se creó en la Capital, sino en Atlanta”.
Se fanatizó con la reversión de los sonidos noventeros, con la caja de ritmos programables Roland TR-808, con UZ – Trap Shit, con el dubstep de Coki, con los sets de DaleDuro. “Toda esa música la bajaba de Soundclound porque no estaba en otra plataforma. El trap lo buscaba como trill, ni siquiera se le decía trap”, recuerda.
Así, El Iván de Quilmes sacó otro brazo artístico más a su deformidad y se plantó como DJ dateado. “Me considero un melómano”.
Se obsesionó con Diplo, con su lectura musical de las clases populares, con su respeto por el dancehall jamaiquino, con el hecho de poner de moda el twerk violento. “El loco busca las mismas formas que yo y las reúne a su forma”, cuenta. “Además, cuando vino a la Argentina lo apañó Villa Diamante, que es un ídolo”.
—¿Qué es lo que más te gusta de Diplo?
—Me da esa cosa como que lo que estoy haciendo está bien. A él le gusta la expresión de la gente de los bajos recursos, que es muy diferente a la de la gente con plata. La gente con plata tiene beneficios que nosotros no. En parte, lo que hizo Diplo, yo lo hago con un papel y una lapicera.
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El amor por Argentina y el hate al “maleanteo”
El Iván de Quilmes pasó música en las fiestas más cools, tatuó a los mejores traperos del país (Duki, Cazzu, Khea, Neo Pistea) y está en el top de los tatuadores argentinos. “Y todo lo que logré fue laburando”, suma.
Continúa: “Flasheo con el hecho de que gente muy zarpada conozca mi trabajo. Estoy avalado en la movida porque soy un buen pibe y no ando carteleando que vayan a drogarse, ni robar, para nada. Tampoco choreo diseños, ni nada”.
—Sos alguien que asume un lugar desde la argentinidad. ¿Qué otros artistas te parece que representan ese sentimiento?
—Me gustan los que le dan un volantazo a las cosas. Me gusta mucho YSY A porque representa a Argentina. También me gusta Malajunta Malandro. Son los que más representan. Los demás tendrían que darle una vueltita de rosca al tema del nacionalismo, con representar a Argentina. En otros lados hablan del estilo argentino y yo, como argentino, no lo veo tan así. En Argentina se copia mucho lo que viene de afuera. No aman tanto a Argentina y les gustaría ser más de otro lado que de acá.
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—¿Por qué lo decís?
—Porque hay que vivirla para después contarla. Uno no puede tocar de oído. Yo quiero que lo mío le llame la atención a los pibes que son piolas o inteligentes, no que me sigan 5 millones de guachines. No le veo mucho batacazo. Prefiero que me represente otro tipo de cosas. Prefiero decir “guiso” a “guisado”, “heladera” a “refrigerador”. Prefiero ser argentino. Por eso no me gustan los que hablan como pibes que ven Cartoon Network, en neutro. No me representa para nada y no me gustan los snobs. Estoy más a favor de la cultura del trabajo que la del maleanteo. El que roba de verdad, no cartelea. Y el que la hace, la hace de calladito. El que roba, no canta. Están psicologeando a pibes de 15 y 14 años.
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El mundo cannábico de El Iván de Quilmes
Su primera vez con el porro fue junto a un vecino quilmeño, en Mar del Plata. Iván era apenas un adolescente y andaba por la Costa Atlántica de visita a una noviecita de aquel entonces. “Mi amigo puso Bob Marley en el departamento, tiramos un colchón en el piso y quedamos re locos”, rememora.
Y desde ahí no paró nunca más.
Sin embargo, aclara, nunca fue fumado a la escuela ni a la facultad. Dato: Iván estudió diseño de indumentaria.
¿Y la primera vez que dibujó on weed? “Fue increíble. Hice un dibujo de un centímetro por un centímetro. No entendía nada, tenía la cara pegada en el papel”, bromea.
Entretanto, Iván asegura que las personas de la cultura cannábica son más solidarias que las del mundo del tatuaje: “Todos tiran para adelante, se pasan semillas y circula la data”.
En sus años con la cultura cannábica, hizo de todo: tuvo indoor, outdoor y aprendió a hacer extracciones de BHO. “Todo fue por enseñanza de mis amigos cannabicultores”.
“La planta es tabú”, indica.
Y amplía: “La droga está muy mal vista porque la usó gente que tal vez no debía. Tendría que haber una legalización de la marihuana porque bajaría mucho el narcotráfico. Tener una planta en casa, que te la da la Pacha, no se tendría que prohibir nunca”.
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—¿Y en qué andás ahora?
—Estoy andando mucho en skate. La primera vez que anduve en skate fumado, flashié. Yo siempre tengo ansiedad y me di cuenta que, cuando andaba, necesitaba darme dos palazos para estar mejor. Y el porro me hizo bajar, voy con otra visión de las cosas. El porro me hace andar concentrado. Y, bueno, sigo tatuando, pero ahora volví al skate.
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Agradecimientos: LKS Tattoo Machines y 0800 Don Rouch.
Fotos cortesía y vía IG