Nota por Hernán Panessi publicada originalmente en El Planteo. Más artículos por El Planteo en High Times en Español.
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El cine altera, provoca y deslumbra. Y, a veces, también, nos expone a las situaciones más absurdas: “¿¡qué es lo que acabo de ver!?” Ojo, ojito, ojazo: sin que eso sea, digamos, algo necesariamente malo ni precipitadamente bizarro, ni una cuestión snob, ni nada de eso. Hay películas creativas, historias exploratorias, guiones con más de un sentido y, al mismo tiempo, con varias capas de lectura.
Por fuera de la lógica algorítmica, todavía existe un cine que tiene un trazado, digamos, diferente. ¿Hay algo “para mí” por fuera de lo que las plataformas sugieren y jerarquizan? La respuesta es “sí”.
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Para ahorrar tiempo y disgusto en esa búsqueda, aquí, entonces, El Planteo armó una guía con material prácticamente desconocido o –al menos- no tan obvio. Un mapa extraño, inquietante y excitante para ver películas “re locas” –o casi surrealistas, es cierto- para disfrutar en situaciones iguales de “locas”.
Las películas más ‘locas’ para ver fumando uno
A la recherche de l’Ultra Sex
(Nicolás Charlet & Bruno Lavaine, Francia, 2015)
A fuerza de verdades, Internet nos enseñó que todo es un remix. Por eso mismo, el documental Everything is a remix nos mostró desde la cualidad “destrabadora” de mundos de Quentin Tarantino hasta su capacidad de procesar y reinterpretar productos de la cultura pop del pasado en instantes del presente.
Y usando la técnica del mash up, una especie de collage bastardo de VHS sobre VHS, una suerte de puzle de archivos encontrados, A la recherche de l’Ultra Sex se configura como un ejercicio de montaje experimental.
Aquí, dos franceses agarraron pilas de porno de los ’70, ’80 y ‘90, mezclaron sus partes narrativas, les pusieron doblajes encima y armaron una historia de guerras estelares con aires tanto de Star Wars como de Star Trek. El resultado de este gesto estrafalario es una película cómica con perversos Power Rangers, investigadoras sexys, naves espaciales, astronautas cachondos y robots malignos tipo Daft Punk.
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A todo esto, parece lejano, pero hubo un tiempo donde las películas pornográficas tenían argumento: lábil, extraño, algo inverosímil, a veces más sólidos que otros, pero con argumento al fin.
Mientras tanto, en el presente, anida una nueva posibilidad en el cerebro de las flamantes camadas de realizadores: hacer cine con el cine existente. Y con toda la pompa de vanguardia, el regodeo surrealista y el desparpajo fumón, A la recherche de l’Ultra Sex fluye como por un tubo bajo estados alterados.
What Did Jack Do?
(David Lynch, Estados Unidos, 2017)
Blanco y negro. Cafetería de un tren. Un detective y un sospechoso. Sirven un café negro, negro, negro. Y, allí, no queda otra: una conexión emocional que viaja directamente hacia el imaginario noir. La tensión es real, el clima es inquietante.
Y ahí anda David Lynch discutiendo con un mono. Alguien asesinó a una gallina y Lynch, que acá hace de investigador, tiene serias sospechas de que este monito capuchino tuvo algo que ver. En el pico de su pedo, donde nada en su cosmogonía parece exagerado ni fuera de lugar, esa tensión comprime también algo de comedia: sus frases aúnan todos los clichés del género policial.
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La Fondation Cartier pour l’Art Contemporain de París le financió este corto y está disponible en Netflix. Igual, el sentimiento es que, si le pusieron dinero para este experimento insólito, podrían ponérselo para cualquier cosa. Imaginen nada más esa situación: “Voy a filmar un corto donde increpo a un mono”. ¿Quién, en su sano juicio, no apostaría por algo así?
Entonces, la sensación de estar inmerso en un trip de LSD se agiganta cada vez más. Y What Did Jack Do? oscila entre lo extraño y lo divertido. “Mírame, ¿mis pupilas están dilatadas?”, corre Jack, el mono, a Lynch, el genio.
Fuego Gris
(Pablo César, Argentina, 1994)
Podría ser snobismo, pero se trata de relajarse un poco: algunas veces el arte no tiene que entenderse para disfrutarse. Y desde esa base, los estímulos que regala Fuego Gris tienden a alucinar, a aportar surrealismo y a crear momentos oníricos, que pueden ser drogones o simplemente chiflados.
Autoproclamada por Pablo César, su director, como un “drama rock”, la película se erige como un viaje alegórico que podría encuadrarse en la lógica de Alicia en el País de las Maravillas. Y aquí no hay diálogos, pero está Luis Alberto Spinetta: curiosamente, el film no mete un bocado pero presenta una banda sonora en estado de flash.
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A su vez, Spinetta baja línea sobre los espacios zen y el camino hacia el nirvana. Entretanto, en sus nervios, algo de horror, pero más de fantasía. Fuego Gris es una historia de aventuras, de demonios internos y de un sendero introspectivo. Un trip que refleja situaciones de violencia y muestra a una ciudad alienada.
En tanto, el autor se desentiende de la trama formal y apuesta por lo sensitivo, por el “mambo”, por regalarse a esta ruta tensa, densa y genial. Asimismo, asume el riesgo de plantarse diferente, con anclajes comiqueros y con la revolución de un agujero interior: el de uno, el de la mente.
Mandy
(Panos Cosmatos, Estados Unidos & Bélgica, 2018)
Miren, miren qué locura; miren, miren qué emoción: Nicolas Cage se tomó un respiro de los bodrios en los que participó últimamente (Between Worlds, Primal, Grand Isle, Jiu Jitsu y contando) y filmó Mandy para ser campeón.
Contemplativa, lisérgica, desfachatada, que se entiende, que no, que los villanos son monstruos, que los monstruos somos nosotros. Es imposible no ser elogioso con un film que se sale del cánon, que va a contramano y que, fundamentalmente, se ve increíble.
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En algún lugar cerca de la Montaña de la Sombra, una pareja vive una vida apacible y, de pronto, esa tranquilidad, ese vínculo cósmico que llevan con su hábitat, se ve corrompido. Una logia secuestra y asesina a Mandy, la mujer. Y lo hace delante de los ojos de Red Miller, su novio, quien sale a la caza de estos dementes religiosos fanáticos del LSD adulterado.
Con algo de slasher, mucho de gore, planos generales para admirar y una banda sonora climática e interesante, Mandy se configura como un sueño dentro de un sueño. En suma, es una pesadilla que late. Panos Cosmatos dirige una película excitante y que, con su devenir retorcido, con su excentricidad autoconzciente, encarna una idea superadora: la belleza también puede ser oscura.
Hay que verla con paciencia y sin ansiedad. Todos los seguidores del cine fantástico la recibieron con los brazos abiertos y es muy posible que Netflix no tenga ni idea que la tiene en su catálogo.
Antibirth
(Danny Pérez, Estados Unidos & Canadá, 2016)
Después de una noche de fiesta, en una árida y desolada comunidad llena de yonquis, Lou (Natasha Lyonne), una fumona salvaje, despierta con síntomas de una extraña enfermedad. Mientras lucha por mantener la cordura, comienza a tener visiones alucinatorias y su panza crece de forma alarmante. ¿Por qué? ¿Quedó embarazada? Vaya uno a saber.
Y en medio, profundiza su abuso de píldoras, alcohol y sustancias tóxicas. Fuera del horror formulaico, de las convenciones gastadas y de las secuelas infinitas, Antibirth se presenta como un film críptico y original: tensa su existencia entre El Gran Lebowski y The Brood.
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Acá, Natasha Lyonne, en el papel más oscuro de su carrera, se mete en la piel de una “mujer infectada”: hay pus y abandono, hay locura y algo más. ¿Ir al médico y ver qué onda? No, eso no es opción para Lou, que segundo a segundo va desdoblando y ensombreciendo su propia realidad. Por ahí anda Chloë Sevigny, en el rol de su mejor amiga, subrayando que estamos ante una película de corte independiente pero, también, un poco “cool”.
Así, Danny Pérez, en su debut, se despacha con algunas escenas de surrealismo inquietante (ese final… ¡ufff!) y con un puñado de planos jugados que jamás veremos en el mainstream. Por eso, resulta ideal para manijas de David Cronenberg y paladares entrenados en el sublime arte del cine de género.
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